Una figura importante para la historia de Ayllón es la figura del condestable
don Álvaro de Luna.
Nació en Cañete (Cuenca), hijo de don
Álvaro Martínez de Luna, copero mayor del rey don Enrique
III y de una mujer de humilde condición social, llamada María
de Cañete. Procedía por parte de padre, de una de las más
ilustres familias aragonesas, como era la Casa de Luna. Don Pedro de Luna,
que fue el papa Benedicto XIII, considerado antipapa, era tío-abuelo
de don Álvaro, y doña María de Luna, reina de Aragón,
prima de su padre.
A juzgar por sus historiadores, debía poseer
don Álvaro una extraordinaria precocidad. Su cronista Gonzalo Chacón
le describe que a los diez años sabía lo que otros niños
mayores comienzan a aprender. Dice que sabía leer y escribir, que
montaba extraordinariamente a caballo y que era cortés y gracioso.
Estas cualidades y la circunstancia de que el hermano de su padre, don
Pedro de Luna, fuera arzobispo de Toledo motivaron que el niño
entrara en la corte de don Juan II en calidad de paje. Por su extraordinario
talento, pronto don Álvaro de Luna se granjeó el aprecio
del rey.
El marqués de Lozoya, en su "Historia
de España" ( Tomo II, págs. 349 y siguientes), dice
que el rey se había hecho cargo de la gobernación del reino
a los catorce años, y que comenzó a gobernar en la mera
apariencia, pues " estaba dotado de excelentes cualidades como hombre,
pero carecía de todas las que son necesarias a un rey". No
reunía, pues las precoces cualidades de su padre, y para sostener
entre sus súbditos la ficción de su gobierno personal se
formó en Segovia un consejo de quince miembros. Todas estas precauciones
resultaron baldías ante el poder que don Álvaro infundía
al rey. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que la voluntad del condestable
fue la auténtica autoridad del rey, manteniendo ésta en
Castilla y siendo el paladín de la lucha que en Europa mantenían
los soberanos. Fue un hábil político y luchador infatigable
contra las pretensiones de los nobles, especialmente los aragoneses. Después
de los incidentes históricos de Montalbán, se hizo crecer
al máximo el prestigio y poder de don Álvaro.
En 1423 fue promovido don Álvaro de Luna al cargo de condestable de
Castilla, en atención a la enérgica política ejercida
contra el infante don Enrique.
El 5 de enero de 1425 nace en Valladolid el primer
hijo varón del rey, que después ceñiría la
corona con el nombre de Enrique IV, sucediendo lo que hacía mucho
tiempo era fácil presagiar. Los hasta entonces enemigos mortales,
el infante don Enrique y el rey de Navarra, se unieron estrechamente contra
don Álvaro de Luna. Para ellos había acabado, con dicho
nacimiento, el ardiente deseo de gobernar y repartirse Castilla.
Vergara ("Historia de Segovia, Colmenares) dice:
"Grandes discordias se trababan en Castilla; todos los señores
contra don Álvaro, y él impetuoso contra todos, y el rey
suspenso de ánimo y autoridad". Después continua: el
9 de septiembre de 1438 se confederaron en la villa de Curiel, contra
don Álvaro de Luna, don Pedro Zúñiga, conde de Plasencia;
don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, y su hijo, don Pedro
Velasco, en cuyo hecho tuvo origen el proverbio que decía: "Cuando los tres Pedros van a una, mal para don Álvaro de Luna".
Fue tal la porfía de los nobles, minados por
la envidia que les impedía ver la grandeza política de don
Álvaro y secundados por la avaricia del infante don Enrique y el
rey de Navarra, que al final las Cortes accedieron a su destierro, dejando
al rey desprovisto de su valido, que durante tantos años fue su
único apoyo.
Y entonces empieza para Ayllón la época
más floreciente de su historia y el mayor castigo para el débil
rey, condenado a quedar en manos de las ambiciones de la nobleza.
Dicen las crónicas que don Álvaro se trasladó desde Simancas
al castillo de su hospitalaria
villa de Ayllón, acompañado de un brillante séquito de caballeros, prelados
y gentilhombres, para sufrir el destierro, que fue, según Quintana,
tal vez la época más dichosa de su vida, ya que gozaba de
todos los placeres y dicen que vivía más como un príncipe
que como un proscrito, y su destierro en vez de menguar su fortuna, podía
llamarse un ascenso, y más cuando se mira lo que entre tanto pasaba
en la Corte de Castilla, las cosas llegaron a tanta demasía (muertes,
robos, peleas, sacrilegios) que desde los grandes señores hasta
los de más baja condición pidieron a gritos al rey que volviera
otra vez a la corte don Álvaro de Luna. Éste se resistió
dicen hasta tres veces, hasta que accedió con aparente resignación,
presentándose al rey en Turégano, ya que se hallaba la Corte
en aquella villa Segoviana.
El rey le recibió con todos los honores, don
Álvaro le hizo una reverencia, el rey se levantó de la silla
donde estaba en su estrado y salió hasta él y se echó
en sus brazos. Puede decirse que a partir de entonces la paz y el orden
reinaron en Castilla.
Viudo el rey don Juan II, el condestable concertó
la boda con doña Isabel de Portugal, celebrándose en 1447.
Y ésta fue la causa principal de su caída. Después
de muchas intrigas, don Álvaro de Luna, maestre de la Orden de
Santiago, condestable de Castilla y "soberano" durante tantos
años, fue decapitado en la Plaza Mayor de Valladolid el 2 de junio
de 1453.
Aunque no sea histórico, cabe consignar lo que
la tradición local cuenta de don Álvaro de Luna.
Se dice que cuando fue condenado sin él saberlo, se hallaba en Ayllón
con un gran ejército personal y que al presentarse las fuerzas
reales para arrestarle y llevarle a Valladolid se escapó por una
alcantarilla, que aún existe, por debajo de la muralla, y que después
de andar varias leguas volvió para entregarse, confiado en los
servicios prestados al rey, y que éste no sería capaz de
ofender a su persona.
Y, por ello, también cuenta la leyenda que,
al igual que los hermanos Carvajal hicieran con Fernando IV, don Álvaro
de Luna, emplazó a don Juan II. El rey estaba en Segovia, a donde
fue en los últimos días de mayo para no encontrarse en Valladolid,
en donde iba a ejecutarse su mandato, y cuenta la tradición que
en aquella misma mañana en que moría el condestable se desencadenó
sobre la vieja ciudad del Acueducto una espantosa tormenta que
duró muchas horas, y un rayo cayó en el Alcázar. Cuenta la leyenda
que al resplandor de un relámpago vieron sus ojos el trágico
cuadro de la plaza de Valladolid: la
cabeza cortada del infortunado don Álvaro de Luna, y escuchó
su voz emplazándole para que en el término de un año
se presentara a dar cuentas a Dios de cómo había pagado
los servicios que le prestara. El rey sobrecogido de espanto cayó
desfallecido y así le encontraron sus servidores, desde entonces
enfermó de melancolía, pesaroso y arrepentido de su justicia,
acosado por el triste recuerdo del desastroso fin del que durante cuarenta
años le había servido fiel.
Se trasladó a Ávila, luego a Medina
del Campo en busca de alivio, pero sintiéndose peor, marchó
a Valladolid, donde se encontraba su esposa doña Isabel, y en aquella
ciudad murió al año siguiente del suplicio de don Álvaro
de Luna, al que en 1658 el Consejo de Castilla declaró inocente
de los muchos crímenes, excesos, delitos, maleficios, tiranías
y cohechos por los que había sido juzgado.